La inclusión financiera de las mujeres, otra asignatura pendiente anclada en estereotipos que no responden a la realidad

22 agosto 2017
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Compartimos un artículo de Mercedes D’Alessandro titulado “Inclusión financiera, la última frontera”. Lo tomaremos como ocasión para reflexionar sobre el tema que nos propone: la consideración de las particularidades de la mujer como sujeto de la oferta financiera.

«Christine Lagarde, directora del FMI, señaló en un foro sobre el Panorama económico para las mujeres, que «la mitad de las computadoras, la mitad de los autos y el 70% de productos del hogar en los Estados Unidos son comprados por mujeres». De hecho, a nivel mundial, ellas representan el 70% de todos los consumos que se realizan; se suele decir que como mercado son uno más grande que China e India juntas. Este poder de compra que ostentan, lejos de estar asociado con ese estereotipo de la gastadora compulsiva que vacía la tarjeta de crédito del marido, es más bien consecuencia de que son ellas quienes administran y realizan los gastos de los hogares, son clientas más leales y con mayores tasas de repago en créditos que los varones. Según un informe de Silverstein y Sayre sobre la economía de los Estados Unidos, las mujeres toman las decisiones de las compras del 94% de los muebles del hogar, el 92% de las vacaciones, el 51% de los productos electrónicos. Además, deciden el 45% de las compras de automóviles e influyen sobre el 85% de estas decisiones. Compran calzoncillos o medias para los varones de la familia, los regalitos de Navidad o para la maestra de la escuela. Este rol tan activo en el consumo contrasta con su situación en el mercado financiero».

«La inclusión financiera de las mujeres está, en muchos países, aún en desarrollo. A nivel mundial, el 42% de ellas -alrededor de 1100 millones- está fuera del sistema financiero formal (estimaciones del World Economic Forum). En los casos en que tienen cuentas bancarias, gran parte de su uso está orientado a transacciones corrientes. La escasa educación financiera que reciben continúa tratándolas de manera condescendiente y como si no tuvieran la capacidad o posibilidad de organizar una cartera de activos más compleja”.

“La ausencia de perspectiva de género en las instituciones financieras y el sistema bancario, termina en una oferta muy escasa para financiar zapatos o ropa, sin prestar demasiada atención a otro tipo de actividades relacionadas con su capacidad como emprendedoras, profesionales o jefas de hogar. A su vez, cuando se abren líneas de crédito, tampoco se analiza demasiado sus características a fines de cumplir con las condiciones para ser sujetas de financiamiento. Hablamos de una porción de la población que gana en promedio un 27% menos que sus pares varones o que sufre mayores niveles de precarización laboral. Los últimos datos de ingresos del Indec, muestran que el 90% de las mujeres gana menos de $ 13.000, lo que las deja fuera de los instrumentos financieros más accesibles para la compra de vivienda. Por otra parte, según el Banco Mundial, más del 30% de las pymes del mundo son dirigidas por mujeres y se estima que el 70% de ellas no tienen acceso a financiamiento. Del mismo modo, las pequeñas emprendedoras en los barrios, tampoco acceden al crédito para invertir en maquinaria o tecnología”.

Las proyecciones sobre este mercado muestran que en la próxima década habrá grandes cambios en la estructura patrimonial y la tenencia de activos, algo que hoy recién está comenzando».

*Por Mercedes D’Alessandro, para La Nación del 9 de agosto de 2017

 

Compartimos con D’Alessandro la tesis de su artículo: existe un marcado desequilibrio entre el peso económico de las mujeres en las decisiones de consumo y su consideración en el sistema financiero.

Este desequilibrio no se limita a la importancia cuantitativa de las mujeres como compradoras. Porque es consecuente con nuestros análisis anteriores, remarcamos la denuncia sobre la vigencia del «estereotipo de la gastadora compulsiva que vacía la tarjeta de crédito del marido«, que no se corresponde ni con la gravitación ni con el comportamiento de las mujeres como consumidoras, que en realidad son mucho más racionales y toman decisiones sobre muchos más bienes que los meramente «superfluos».

¿De dónde sacamos que las compras de las mujeres se reducen a vestuario y cosmética por ejemplo?, ¿del mismo lugar de donde sacamos que su comportamiento como consumidoras es caprichoso, compulsivo y algo más?

Sobre lo primero, hay que volver sobre lo que decíamos: la importancia de la mujer en materia de compras reside no solamente en la cantidad, sino sobre todo en la multiplicidad de bienes sobre los cuales actúa económicamente. Sus compras exceden las cosas de su exclusivo uso personal e incluyen, al contrario, las de familias y cónyuges.

Sobre lo segundo, se ha comprobado que las mujeres son más racionales que los hombres en la formación de la decisión de consumo, entre otras cosas porque son más conservadoras del bienestar familiar, al que dan gran relevancia en vez de agotar la deliberación en sí mismas y sus propios intereses. En estas épocas de big data, las estadísticas comprueban que los compradores compulsivos son, en su mayoría, hombres. Vamos a un ejemplo evidente: ¿no son ellas las que habitualmente van con la lista de compras al supermercado, con el efecto de sujetarse más a la libre decisión previamente tomada que a la pulsión ejercida desde las góndolas?. La experiencia demuestra que ellos pocas veces se atan a una lista cuando hacen las compras. 

Una consecuencia de esto es que las mujeres son sujetos crediticios más leales y confiables que los hombres, entendiendo por tal cosa su capacidad y práctica de repago de los créditos que se les conceden. La demostración más clara de esto es el sistema de microcréditos y microfinanzas que elaboró y desarrolló actualmente el Premio Nobel de la Paz, economista Muhammad Yunus, que se centró exclusivamente en las mujeres, a la vez como sujeto y motor de este sistema que se ha ido expandiendo cada vez más.

Una perspectiva crítica de las publicidades corrientes en el mercado de las tarjetas de crédito probaría la vigencia de la estigmatización de la mujer como compradora instintiva e irresponsable como consumidora, de cosas superfluas. Un ejemplo palmario es la famosa «pareja del Banco de Galicia», que en inalteradamente la tiene a ella como la gastadora compulsiva en toda la saga (que ya lleva casi diez años!!!)

Por suerte, hay publicistas más modernos que responden menos al estereotipo y más a las realidades igualitarias de la vida actual, como las de Tarjeta Naranja, que siembran una esperanza con respecto al abandono de estereotipos que dejan a la mujer en lugares poco agradables y falsos en la construcción del imaginario colectivo.

Hay una cosa más que debe ser traída a colación: aún después de la reforma del Código Civil, la normativa tributaria de la AFIP sigue poniendo en  cabeza del marido el cómputo de las obligaciones impositivas de la pareja. Esto deja a la mujer en una situación perjudicial en relación a los hombres en el sistema bancario, ya que el historial financiero y crediticio queda atribuido al hombre, que es en la mayoría de los casos quien presenta la declaración jurada que es la base para fijar el monto de crédito concedido en la operatoria bancaria: otra vez la exclusión alimentándose a sí misma.

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