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La argentina Sandra Díaz es una de las más relevantes científicas sobre la materia en todo el mundo

9 septiembre 2019
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Es un año intenso para Sandra Díaz: después del impacto del reporte del Informe Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) del que fue copresidenta y vocera, no para de atender sus repercusiones. También este año llegó el anuncio del premio Princesa de Asturias, que le entregarán el 18 de octubre en Oviedo (España), y el premio Fundación Bunge y Born, que recibió en agosto en Buenos Aires. La ecóloga es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Córdoba con una carrera impresionante, que incluye ser miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos y fellow de la Royal Society de Londres (sí, la de Isaac Newton), algo que para la cordobesa nacida en 1961 en Bell Ville fue «un sueño hecho realidad».

Más allá de galardones, Díaz está alarmada por el estado que ha alcanzado la civilización de espaldas a la naturaleza, negándola y atacándola. Pero cree que aún hay tiempo para cambiar una tendencia que puede ser, literalmente, mortal. En particular, Díaz estudia cómo las características morfológicas y fisiológicas de las plantas afectan la forma en que reaccionan a factores del ambiente, incluido el factor humano. «Antes se pensaba que la evolución solo era notable en el plazo de miles o millones de años. Los dinosaurios, luego pequeños mamíferos, después nosotros. Pero hay pequeños cambios evolutivos que se dan muy rápido, en la escala de años o décadas en algunos organismos. Lo vemos como consecuencia de las presiones ambientales en los microorganismos resistentes a los antibióticos, pero también en la maleza resistente a los pesticidas y herbicidas; en plantas y animales resistentes a la contaminación».

¿El cambio climático acelera esa evolución?

Sí, para bien y para mal. Todo lo que hacemos influye. No solo el cambio climático, sino también el uso de la tierra, la contaminación; por la intensidad y la escala en que los hacemos, promovemos cambios evolutivos a escala contemporánea. En la Argentina, se ve en la resistencia de las plagas agrícolas. Eso trae consecuencias positivas y negativas. ¿Van a evolucionar las especies lo suficientemente rápido para adaptarse y que no pase nada? No todas lo harán. La mayoría, de hecho, no. Y no todas podrán migrar con la velocidad necesaria para encontrar sitios favorables a su supervivencia. La naturaleza se adapta a muchas cosas; hubo glaciaciones y no desapareció la vida sobre la Tierra, se retrajeron plantas y animales y después avanzaron. Pero fue a escala lenta. Lo que estamos haciendo en los últimos cincuenta años es de una intensidad y escala inéditas. Hay organismos, plantas y procesos ecológicos que no se pueden ajustar.

¿Se viene una reducción de la vida en la Tierra?

Lo que quiero decir es que nuestra impronta es tan grande e intensa que afecta el proceso evolutivo mismo. Es así de profundo. No quiere decir que la vida va a evolucionar como un Pokémon y va a estar todo bien. Lo que hacemos supera la capacidad adaptativa de los sistemas.

¿Puede haber una extinción de toda la fauna a excepción de los seres humanos?

Antes de eso, nos extinguiremos. Hay organismos que son más resistentes que nosotros. Estamos hablando de un 25% de las especies sobre la Tierra, si no consideramos insectos, que están hoy en riesgo de extinción. Es mucho. No quiere decir que se vayan a extinguir inexorablemente, pero están en peligro. Depende de nosotros si se extinguen o no. Creo que aunque nos pongamos a trabajar hoy, ya no salvaremos a todos.

Un proceso irreversible.

Es como si viniera un tsunami y hubiera que manotear y salvar la ropa. Se pueden parar muchos procesos, pero no todos. Es demasiado profundo y grande lo que desencadenamos. Hay muchas especies que se pierden y no sabemos que se pierden porque no las conocemos a todas [N.de la R: se conoce el 10% de las ocho millones de especies que se calcula existen en la Tierra].

¿Qué ejemplos hay de esa evolución acelerada?

No es que nace una nueva especie, sino que las plantas producen pequeños cambios evolutivos para adaptarse a cambios en la temperatura, en los regímenes de heladas o para vivir en suelos contaminados. Las poblaciones de aves en ciudades evolucionan para adaptarse a ellas. Las poblaciones de peces se adaptan a las grandes presiones de la pesca. Hay muchísimos ejemplos.

¿No implicaría entonces un cambio en la teoría de Darwin?

No, es absolutamente compatible con Darwin. La ciencia lo sabe hace mucho tiempo; lo que pasa es que esa información estaba en manos de expertos hasta hace poco, y ahora se ha visto que es masivo, se ha documentado por todos lados. En el informe del Ipbes hablamos por primera vez de evolución en la síntesis para tomadores de decisiones. Antes se hablaba de contaminación, de extinción, de usos de la tierra. Ahora dejamos claro que nos estamos metiendo con la evolución misma. Miren las consecuencias prácticas, miren lo que se gasta en usar cada vez más herbicidas. La Argentina es un caso claro: se tienen que poner cada vez más productos químicos porque las malezas son geniales en sobrevivir.

Respecto de ese millón de especies en peligro, ¿qué se puede hacer?

Si vamos a hacer algo, hay que empezar hoy. De hecho, hay muchos ejemplos de cosas que funcionan, pero no a la escala que hace falta. Se pueden salvar especies de la extinción, se puede hacer una agricultura que sea con la naturaleza y no en contra de ella, incluso en la Argentina. Se puede consumir menos y ser feliz. Pero necesitamos escala. Hoy estamos con un palillo tratando de matar un búfalo a toda carrera. Hay que poner el pie en el acelerador. Lo que se hace bien, hacerlo rápido y masivamente. Hay muy poco tiempo, todos los modelos lo muestran. No hay que limitarse a atacar el síntoma: crear áreas protegidas, reciclar la basura y demás ayuda, pero es un analgésico cuando te caíste del piso 24 y te rompiste todos los huesos. Sirve, pero no te salva. Hay que deforestar menos, trabajar mejor con la basura, crear más áreas protegidas, usar menos pesticidas. Pero para que funcione hay que atacar la raíz del problema: los factores o impulsores directos.

¿Y cuáles son esos factores?

Son sociales, económicos, políticos e institucionales. Los modos del comercio, del consumo y de la producción. Las regulaciones que se cumplen y las que no; dónde los estados ponen los incentivos y las ideas de progreso; qué idea de éxito tenemos en la cabeza. Hoy el programa que nos hace actuar es incompatible con un mundo vivible a largo plazo. Atacar lo inmediato no tiene sentido si no hay un cambio de fondo.

¿Es posible ese cambio?

No imposible, pero sí muy difícil. Técnicamente tenemos un informe de 1500 páginas donde decimos que estos cambios no son imposibles. No es ciencia ficción. Requiere renunciamientos por parte de todos los sectores, bastante chicos comparado con lo que sucederá si seguimos esta trayectoria.

Sería como plantear una emergencia bélica, pero sin que se vean caer las bombas.

Hay gente que sí siente caer las bombas. No todos, porque los impactos son muy desiguales, y los responsables de los impactos no los sienten. La atmósfera está cambiando; el impacto del informe sobre la biodiversidad fue impresionante, no lo imaginábamos. En el G7 y en [el Foro Económico de] Davos se habla de biodiversidad, está en la agenda privada como nunca antes. Hay protestas en todos lados por la biodiversidad; en Europa sobre todo, pero los movimientos de jóvenes se dan en todo el mundo. El problema es que cuando sintamos algo con la intensidad de una bomba no se podrá hacer nada.

¿Hay ejemplos históricos de cambios en los comportamientos sociales del volumen que se necesita ahora?

Pienso en la abolición de la esclavitud o la liberación de las mujeres. Bien, entiendo la objeción de que ambos grupos se incorporaron al mercado laboral y al consumo, pero dejaron de ser mano de obra gratuita en cada casa, lo que era excelente negocio para algunos. O el trabajo infantil, que sigue siendo un negocio espectacular, pero se ha reducido muchísimo. Es cada vez menos tolerado socialmente cuando antes era normal. Lo mismo la esclavitud. Hay una mejora. Y eran cosas que en su momento no se pensaba que fuera posible lograr. Si no nos jugamos a la mínima posibilidad, ¿qué nos queda? Es utópico en el buen sentido: algo que hay que construir, una visión a la que hay que propender. La gente cree que es difícil y que no se puede hacer nada, yo creo que no es así.

¿Entonces es optimista?

Cautelosamente optimista. Realista, porque no nos queda otra que hacerlo.

Pero mire la Argentina: la biodiversidad está en riesgo por la agroganadería, que es la única manera de obtener dólares para un país endeudado. Y el extractivismo parece la única plataforma común a los movimientos políticos con posibilidades de ser gobierno. Hay esfuerzos de ecoproducción, pero son minoritarios. ¿Hay salida?

Es una pregunta demasiado general, yo no puedo arreglar el país. A nivel de estos factores impulsores, me parece que en la Argentina y América Latina el principal es el uso de la tierra, más que el cambio climático. El tipo de comunidades biológicas que uno encontraba hace cien años en la pampa gringa no tiene nada que ver con lo que se encuentra hoy. Es terrible la forma en que se ha liquidado, en el sentido financiero, el patrimonio natural. Las quemas en el norte argentino, con dos millones de hectáreas en diez años? eso es patrimonio de todos. Quienes se benefician no están pagando las contribuciones de la naturaleza que dejamos de percibir hoy y dejarán de percibir los argentinos del futuro.

¿Sugiere cambiar el estatus jurídico del derecho de propiedad?

Hay formas de agricultura que tienen en cuenta lo que se llama las externalidades en economía [incorporar al precio el costo del daño al ecosistema]. De la misma manera que hay muchos subsidios para favorecer áreas de la economía que son dañinas para la naturaleza y que no necesariamente son para el beneficio colectivo.

El problema es cómo hacer la transición económica.

Quién se hace cargo de la transición, ésa es la cuestión. Hacen falta políticas de Estado. El derecho a la naturaleza es inalienable, pero no es solo ir los domingos a la reserva ecológica: es derecho a tener comida sana, una buena cantidad de espacios verdes en tu casa, un aire limpio. Es la trama de la vida; no nosotros acá y la naturaleza allá, sino un tapiz donde todos los días tenemos esa relación. Al no sentirla parte de la narrativa social, la pensamos como algo distinto y alejado. O la idea de conquistar la naturaleza y usarla como recurso, o el edén idílico, Adán y Eva sin ropa, el león y el cordero coexistiendo. Son paradigmas, caras de la misma y perversa moneda, que dice que estamos separados. La naturaleza como daño colateral del desarrollo o la naturaleza como privilegio para ricos y quienes tienen tiempo libre. Sin embargo, estamos entretejidos; puede sonar poético, pero es lo que muestra la ciencia más actualizada y rigurosa. Es lo que muestra el informe del Ipbes. Tenemos que asumirlo, tomar la responsabilidad y trabajar sobre eso. Nos han hecho creer que el derecho a ganar plata y consumir, los que pueden, es más importante que el derecho a una relación significativa con la trama de la vida.

Habría que cambiar todo un imaginario.

No nos queda otra. Hay que desintoxicarse y recuperar nuestros verdaderos derechos, los derechos colectivos ambientales.

¿Y si la civilización fuera camino a un poshumanismo tecnológico, que se olvidara de la flora y la fauna?

¿Por qué? La trama de la vida nos gusta a todos. En cada uno de tus actos está presente la vida, en el sabor de la comida, en la decoración de tu casa, en las fotos de Instagram. Tenemos millones de años de evolución en relación con la trama de la vida, todo lo que somos responde a eso.

No puedo dejar de preguntarle por los incendios en el Amazonas.

Son un excelente ejemplo de lo que pasa a escala global. Nuestro Chaco es otro ejemplo, algo menos dramático. Las causas son fundamentalmente socioeconómico-políticas, no climáticas.

¿Le gusta la expresión «salvar al planeta»? Hay una discusión al respecto.

No, no me gusta. El planeta probablemente se salve; me gusta salvar nuestra vida en el planeta. Salvar nuestra intensa, antigua y profunda relación con la Tierra.

Biografía
Sandra Myrna Díaz nació en 1961, en Bell Ville, Córdoba. Bióloga especializada en biodiversidad y cambio ambiental, es investigadora del Conicet, miembro de la Academia de Ciencias de Francia y de la Royal Society. Obtuvo el premio Bunge y Born y el Princesa de Asturias de investigación científica y técnica.

De Sandra Myrna Díaz: «La impronta humana está afectando el proceso evolutivo mismo», por Martín De Ambrosio, para La Nación del 7 de septiembre de 2019.
La fotografía es original del artículo.