Las violencias a la violencia de género en el caso de Nahir Galarza

10 abril 2018
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El caso de Nahir Galarza, la joven entrerriana acusada de matar por la espalda a su novio en la ciudad de Gualeguaychú, que ha conmocionado a la opinión pública de todo el país durante el verano, ofrece varias conexiones, unas más y otras menos obvias, con la violencia de género. Intentaremos repasarlas, sobre todo a las que no son tan obvias, para advertir sobre algunos efectos nocivos que puedan tener contra un concepto que se ha venido abriendo camino con justicia en la Argentina, y que es necesario preservar de malas interpretaciones (y utilizaciones).   

El defensor de la acusada, que despliega una estrategia de varios frentes, tiene el derecho a intentarlo todo dentro de la ley para mejorar su condición procesal y, eventualmente, lograr un encuadramiento penal menos dañino para ella en un futuro juicio y posterior condena. Lo que nos preocupa es qué efecto puedan tener esas estrategias cuando trascienden los estrados judiciales y se vierten sobre la sociedad general, sobre todo a través de los medios de comunicación y las redes sociales.

Lo primero que tenemos es el intento (“de manual”) de la defensa de Nahir por argumentar violencia de género (de hombre a mujer) preexistente en la relación con su novio, Facundo Pastorizzo.

Aparece acá una primera prevención. Más allá de que para el caso concreto y en el debate judicial esto persiga la aplicación de un atenuante, ¿cuál es la caracterización de la violencia de género y su relación con el asesinato del supuesto victimario que parecen proponerse como regla general?

Es decir, ¿sería “violencia de género” el delito solamente porque uno de los involucrados es mujer? Más aún, ¿sería algo así como que solamente los hombres pueden cometerlo? No es un detalle menor que en el caso en cuestión, se estudian pruebas que demostrarían cierto hostigamiento y maltrato de ella hacia él.  

Es auspicioso que como sociedad nos entrenemos para detectar la violencia de género, incluso a partir de sus síntomas más sutiles, pero directamente presumirla sin posibilidad de prueba en contrario siempre que haya implicados un hombre y una mujer es pervertir el concepto, desnaturalizarlo.

Es muy bueno incluso que los jueces tengan a la violencia de género entre sus primeras hipótesis cuando hay hombres y mujeres protagonizando los casos que estudian, máxime cuando las mujeres son las víctimas, pero las hipótesis deben poder ser desechadas cuando no condicen con la realidad. Esa es la cuestión.

Otra cosa, si el crimen ocurrió, como parece, durante un viaje de ambos novios en motocicleta, sin un hecho violento (de violencia física o psicológica) inmediatamente anterior que lo desatara, ¿cómo justificarlo como defensa ante una violencia de género? Habrá casos concretos en que esto pueda abrirse camino en la jurisprudencia (la gota que horada la piedra, por ejemplo), pero como mensaje general a la opinión pública es mejor desactivarlo: la salida a la violencia es el fin de la relación al primer indicio de dicha violencia; el pedido de ayuda y la correspondiente denuncia, no el asesinato.

Excesos como estos son peligrosos porque debilitan un instrumento poderoso como el concepto de violencia de género, abusan de él y, lo peor, terminarán restándole eficacia en el futuro.

Una novedad del caso está en la contratación de un manager de medios (con función de agente de prensa y relacionista público) que busca operar no ya directamente sobre el proceso, sino más bien directamente sobre la sociedad para que esta influya después en los actores judiciales.

Hemos visto en las redes sociales de la propia implicada fotos que la retratan hermosa.

Una primera lectura puede ser tranquilamente que se buscó rescatar su imagen angelical, para obtener el favor del público, que la perciba dulce, incapaz de cometer el aberrante delito que se le endilga, más propio de bestias que de bellas.

Pero hay otra lectura posible y es que se haya buscado profesionalmente pulsar el instinto machista de la sociedad para correr el foco de atención; para que se piense más que en lo que ella hizo, en cómo ella luce y en lo que harían con ella. Querido o no, este efecto se ha logrado, aunque sea momentáneamente, a juzgar por los comentarios en las redes sociales. La mujer reducida a objeto de deseo, porque total, los objetos tampoco delinquen.   

Y a partir de eso nos quedamos pensado, ¿Quién ejerce violencia de género si expone la figura de una mujer para provocar los instintos (machistas) de la sociedad, con tal de que le impidan juzgar sus responsabilidades? Arrojar a Nahir a la tribuna de los machos, una extraña forma de violencia de género, autoinfligida en defensa propia.

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