Educación musical y diversidad sonora

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Artículo publicado en la Revista Euronía Nº 53. Editorial Graó, Barcelona

Introducción

Me gusta Michael Bublé, está de moda y canta canciones que son y serán un hit, pero igual me gusta. Me da ganas de bailar con mi marido y sentir que me enamoro cada vez.

Me gusta el folklore argentino; no todo. Me gusta el que supiera crear Gustavo “Cuchi” Leguizamón. Desde que fui definiéndome ideológicamente, desde que fui encontrándome, desde que decidí sentirme hija latinoamericana aunque mi rostro podría confundirse perfectamente en cualquier ciudad de Italia, esta música, con sus armonías extrañas, con sus rítmicas lúdicas, me hace sentir olor a tierra y pasto recién cortado, me hace ver colores ocres, marrones y cobre, me trae a la memoria los rostros curtidos de esta tierra.

Me gusta Piazzolla. Magia pura. Me estremece el cuerpo profundamente, me imagino bailando como Julio Bocca. Me gusta Sting…porque me gusta Sting.

Me gusta Carmina Burana. Apenas hacen su entrada los timbales, empiezo a llorar y no puedo parar hasta que termina la obra entera. No sé por qué.
Una vez escuché a un coro femenino japonés cantando canciones de su tierra, ancestrales; me
pareció que no cantaban, que se quejaban como si les dolieran los pies.

 

 

 

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