Brechas digitales y TIC en Latinoamérica. Los Centros Estatales y Comunitarios

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El desarrollo de las nuevas tecnologías de información y comunicación han dado lugar a numerosos estudios a nivel mundial. Particularmente, a partir de la irrupción de los servicios de internet dentro de las nuevas formas de comunicación, distintas investigaciones han intentado demostrar las ventajas implícitas de esta tecnología desde diferentes perspectivas: tanto como herramienta para la inclusión social como un elemento estratégico para lograr mayor desarrollo económico de los países. Asociados a esta última noción, aparecen ciertas hipótesis no siempre demostradas, vinculadas a los supuestos beneficios intrínsecos de la democratización de las nuevas tecnologías de información, tales como crecimiento económico, mercado digital ampliado, trabajo electrónico, etc. Sobre estos aspectos reflexionan Gómez y Ospina (2002), alertando sobre los riesgos de caer en la simplificación de tales supuestos, a la vez que se hace referencia a la necesidad de atender la complejidad de los diferentes escenarios sociales, políticos, institucionales, económicos y geográficos en los cuales se desarrollan las formas de apropiación de las TIC por parte de la población. Sin embargo, los autores mencionan que las nuevas tecnologías de comunicación han probado tener impactos positivos en diferentes ámbitos, tales como educación, acceso a mayores y mejores servicios de gobierno, mayores oportunidades de comercio para zonas marginales, nuevas oportunidades de empleo y mayor acceso y empoderamiento de la comunidad a través del acceso a información, entre otros.

Mucho se ha escrito en relación al acceso a las TIC. Un primer concepto asociado es el de brecha digital. Una posible definición es la que aportan Serrano y Martínez (2003): “La brecha digital se define como la separación que existe entre las personas (comunidades, estados, países…) que utilizan las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) como una parte rutinaria de su vida diaria y aquellas que no tienen acceso a las mismas y que aunque las tengan no saben cómo utilizarlas.” A partir de esta definición, se desprenden dos aspectos diferenciales, los que son habitualmente denominados como brecha digital de primer y segundo orden (o primera y segunda brecha digital). En el primer caso, se hace referencia a desigualdades en el acceso, en tanto la segunda brecha se la vincula al conocimiento y a los usos en relación a las TIC (Gómez y Ospina 2002; Proenza, F. 2012; Finkelievich y Prince, 2007, Rivoir 2010). Si bien la variable generacional impacta notablemente en la brecha digital, una multiplicidad de causas explican estas desigualdades. Variables como género, ubicación territorial, nivel de ingresos, etnia, entre otras, contribuyen de manera relevante a la existencia y profundización de ambas brechas.

Otro aspecto a tener en cuenta en relación a la brecha digital es que el acceso se transformó en un sinónimo de uso, llevando a una confusión epistemológica importante entre “oportunidad” y “elección” (Di Maggio, 2003). Para profundizar en este análisis, resultan interesantes los aportes realizados por algunos autores a través de la inclusión de ciertos conceptos que colaboran para abordar la complejidad de esta noción. Entre éstos encontramos análisis particulares que desagregan la cuestión del acceso a la demanda y oferta de TIC y, vinculado a esto, se desarrolla el concepto de “pobreza digital”, entendido como la carencia de bienes y servicios basados en TIC (Barrantes, 2007). Según este enfoque, el “pobre digital” es una persona que carece, sea por falta de acceso –consideración de oferta— o por falta de conocimiento de cómo se utiliza o por falta de ingresos –consideraciones de demanda—, de la información y comunicación que se accede a través de las tecnologías digitales. Desde este enfoque, no solamente son pobres digitales los pobres por ingresos.

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