«Inclusión»

4 octubre 2016
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Las imágenes a la hora del balance privilegian los momentos más emotivos. O los más espectaculares. Pero Río 2016, concluidos ya el domingo último hasta sus Juegos Paralímpicos, sigue dejándome una imagen algo más compleja. La famosa foto del voley femenino en Copacabana. De un lado, Doaa Elghobashny, egipcia de 19 años, con su cuerpo cubierto por la hijab que algunos quieren prohibir. Del otro, Kira Wakenhorst, alemana de 25, con su bikini azul oscuro. Saltan por la pelota. En el medio, la red que divide algo más que un territorio deportivo. «Emancipación occidental versus Sojuzgamiento islámico», clasificaron muchos desde nuestro lado de la red. Del otro lado, hablan de «decadencia occidental» y recuerdan que hasta los Juegos de Londres 2012 las jugadoras debían usar bikinis con máximos reglamentados. Nalgas más descubiertas para la TV. «Machismo a ambos lados de la red», escribió en España Pepe Jiménez. «La libertad -afirmó Jiménez- no se mide sólo por metros cuadrados de una tela». Son dos mujeres, dos creencias y dos códigos de vestimenta de «dos mundos a menudo mutuamente incomunicados. Una «incomprensión -avisó Roger Cohen- que incuba violencia». En el medio, la competencia por una pelota que determina ganadores y perdedores. Pero que también derriba supuestas certezas y genera nuevas preguntas. La pelota que incluye.

El deporte de alto rendimiento, sabemos, es naturalmente discriminador. Pero pocos escenarios ofrecen hoy tanto espacio igualitario a las mujeres como los Juegos Olímpicos. Lejos de la prohibición fundacional. Y de que la mujer, como llegó a decir el propio barón de Coubertin, estaba sólo para acompañar al hombre con el aplauso. Río 2016 consolidó espacios de equidad. Atletas mujeres que ganaron portadas en sus respectivos países por ganar medallas que ningún hombre había conseguido antes. Mujeres negras. Lesbianas. Musulmanas. Y hasta de genitales ambiguos, sospechadas de ser «hombres», como la sudafricana Caster Semenya, cuyo organismo produce casi el triple de testosterona. Ross Tucker, eminente científico del deporte en Sudáfrica, cree «injusto» para las demás mujeres que Semenya pueda competir sin control de su testosterona. La intervención -inevitablemente invasiva y violenta- debió ser suspendida por orden del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS). Desde entonces, Semenya recuperó sus mejores tiempos y arrasó en Río. El desarrollo de la testosterona, dijo Tucker, explica por qué hombres y mujeres deben competir de modo separado después de los 12-14 años (diferente masa muscular, capacidad pulmonar, volumen cardíaco). El récord de la maratonista inglesa Paula Radcliffe, dice Tucker, es el más cercano al mundo masculino (10 por ciento de distancia, contra una media de 12 por ciento). Fue establecido en 2003. Ya lo superan más de cinco mil hombres. «Si no se hicieran competencias separadas -afirma Tucker-, las mujeres no tendrían casi ninguna chance en el alto rendimiento deportivo». Los Juegos han sabido proteger los derechos de las mujeres. Ahora, avisa el caso Semenya, deben proteger también a la minoría de atletas intersexuales.

El debate, inevitablemente polémico, no es fácil para una prensa que simplifica y clasifica. «Travesti», definió a Semenya el tabloide Sondag (Domingo), afrikaan. Otros fueron apenas más sutiles. La inclusión que hubo dentro de los escenarios deportivos de Río (45 por ciento de atletas mujeres) no se refleja en las redacciones de prensa. «Muñecas», «Bellezas», «Sexys» y «Diosas», fueron algunas de las palabras más usadas en los medios al hablar de mujeres deportistas. Y no eran «mujeres», sino «chicas» o «damas». Los «hombres» (que no eran «chicos» ni «caballeros») triplicaron el espacio informativo respecto de las mujeres. Hubo casos más grotescos, como el del cotidiano italiano que tituló sobre el «trío de gorditas que roza el milagro olímpico» (por el equipo del tiro con arco). O el del comentarista de la TVN chilena que pidió más escotes a las gimnastas. O el de la NBC de Estados Unidos que señaló como «responsable» del éxito de la nadadora húngara Katinka Housszu a su esposo entrenador. En la primera semana de los Juegos, la prensa brasileña elogió a su selección femenina de fútbol liderada por Marta. Pero no lo hizo por sus méritos propios, sino para burlarse del pobre comienzo del equipo que comandaba Neymar. «Tenemos una Marta y un Morto», decía un titular. Otro mostraba a Marta jugando fútbol y a Neymar en la peluquería. Neymar, a diferencia de Marta, ganó el oro. Las burlas pasaron rápidamente a ser elogios. Y palos para Marta. «Tchau querida», se burló un portal. Con esa frase se burlaron también para echar en plena competencia a la presidenta Dilma Rousseff. El nuevo presidente Michel Temer asumió con su gabinete sin negros. Y, así fue al inicio, sin mujeres.

Una nadadora china dejó en ridículo a un periodista de su país que, en plena entrevista televisiva, justificaba la opaca labor de su posta. «Has sufrido problemas estomacales», le dijo el periodista a Fu Yuanhui. «Ayer -corrigió la nadadora- tuve mi período, quedé algo débil y cansada». Estados Unidos, cuyo deporte femenino agradece una vieja ley de 1972 de Richard Nixon que equiparó derechos con los hombres, tuvo por primera vez una delegación con más mujeres. Y ellas ganaron más oros que ellos. Simona Manuel se convirtió en Río en la primera negra campeona en la historia de la natación olímpica. La NBC, que transmitió en vivo todos y cada uno de los podios de Michael Phelps, no lo hizo sin embargo con el de Manuel. «Una negra acaba de ganar el primer oro de la natación olímpica -tuiteó desde la conferencia de prensa Jesse Washington- y soy el único periodista negro presente en la sala». Su compatriota Simone Biles ganó oro en gimnasia en un equipo que también integraban Gabby Douglas (afro como ella), Laurie Hernández (descendiente de puertorriqueños) y Aly Raisman y Madison Kocian (judías). Una diversidad que puede asustar a candidatos como Donald Trump.

Alguna prensa destacó que los Juegos de Río quebraron el record de atletas gays, bisexuales o trans. Medio centenar, afirmó el sitio Outsports, dirigido a la comunidad LGBT. El periodista inglés Nico Hines, del sitio «The Daily Beast», con sede en Nueva York, quiso buscar más. Hines, «casado y con hijos», aclaró, creó un perfil con identidad falsa en una aplicación, se hizo pasar por un atleta homosexual en busca de aventuras y en una hora recibió tres propuestas. Publicó nacionalidad y otros detalles que permitían identificar fácilmente a varios de los deportistas supuestamente gays. «Hoy, todavía es ilegal ser gay en Tonga», le recordó el nadador Amini Foua, furioso, porque vivimos, según agregó, en un mundo que «no es ideal», con 73 países que consideran que ser gay es un crimen, en 13 de ellos pasible inclusive de pena de muerte. «En 2016 -se burló de Hines un colega brasileño- un periodista descubre que ser gay es noticia».

Los Juegos Paralímpicos que cerraron este domingo en Río, pensados hace medio siglo como escenario de superación y más inclusión, comienzan a copiar sin embargo los aspectos menos felices de los Juegos convencionales. Los Juegos Paralímpicos de Río denunciaron nuevos casos de doping, trampas y hasta la muerte en plena competencia, inédita, de un ciclista iraní. Su medallero, eso sí, dejó otra geopolítica. China líder y luego Gran Bretaña, beneficiada también en Paralímpicos con su selectiva distribución de los dineros de la lotería. Sorprendió Ucrania tercera, favorecida por el amplio apoyo que da a su población más desventajada, desplazando al cuarto puesto a Estados Unidos, que había sido otra vez cómodo líder en los Juegos convencionales. Los atletas paralímpicos de Estados Unidos, algunos de ellos acaso víctimas de las últimas guerras, recibieron casi diez veces menos dinero para su preparación que los atletas paralímpicos de Brasil, que terminó octavo. La imagen de los atletas mutilados, aunque triunfadores, tiene más humanismo y forma parte de unos Juegos que, según vemos, parecen cada vez más inclusivos. Pero que también dependen del marketing. Como ironizó un columnista inglés: «Citius, altius, McDonalds».

*De Ezequiel Fernández Moores, para La Nación del miércoles 21 de septiembre de  2016